domingo, 29 de julio de 2012

El Servivio a los Pobres





El Servicio a los Pobres:

 
No hay vida de fe y oración auténticas que no terminen en compromiso con el hombre. Dios al creyente, en la oración, le pregunta por los demás, por sus problemas, por sus necesidades y le apremia a que salga del caparazón de su egoísmo, se abra a ellos, se sensibilice y comprometa con sus necesidades. 
El termómetro de una buena vida de fe y oración marca siempre una elevada temperatura en amor entregado y en servicialidad. Un cristiano -decía Cabodevilla comentando el Himno de caridad (l Cor 13)- es aquel de quien podemos y debemos servirnos siempre todos. 
Hay dos clases de personas, fruto de nuestra manera de entender la vida: la egoísta y la generosa. La vida de la primera la condiciona el egoísmo que le lleva a querer mandar y a servirse de todos usándolos; la vida de la segunda la condiciona el amor que le lleva a colaborar, poniéndose a disposición de los demás. Y es que el amor nos lleva a descubrir que la vida sólo vale la pena vivirla si la vamos gastando para que otros vivan. Desgraciadamente la mentalidad egoísta tiene mucho poder en la cultura del interés que tiene enganchado a un alto porcentaje de los hombres de la sociedad de hoy. 
Hablando de la increencia, en 1988 algunos Obispos afirmaban: “En la sociedad actual estamos reduciendo, con frecuencia, nuestras relaciones a un mutuo intercambio útil a placentero, donde cada uno busca siempre SU propio interés… ¿No necesitamos un espíritu nuevo de fraternidad que nos libre de ese egoísmo, que es, en buena parte, la matriz de muchos comportamientos sociales? ¿No será el redescubrimiento de la vida fraterna lo que puede salvar a tanto hombre solitario, incomunicado, enfermo?” 
Y el Papa, en la NMI 42, nos dice: “Muchas cosas serán necesarias para el camino histórico de la Iglesia también en este nuevo siglo; pero si falta la caridad, todo sería inútil” (l Cor 13, 2). 
El verdadero discípulo de Jesús es el hombre creyente, “enteramente para los demás”. Centra su vida en servir, en ayudar y en hacer felices a los otros. Se ofrece para el servicio: “si me necesitáis, aquí me tenéis, si precisáis de que os eche una mano, estoy a vuestra disposición”. Decía muy atinadamente Erich Fromm atacando el amor interesado: “El amor comienza a desarrollarse cuando amamos, hacemos bien a otros, a quienes no necesitamos para nuestros fines personales” 
Jesús nos convoca hoy a sus seguidores a ser miembros vivos y activos de la Iglesia, “la casa y la escuela de la comunión” (NMI 43), frente a la sociedad de amos y señores, fruto del uso, abuso y explotación de los otros. En la Iglesia y en nuestra Asociación todos tenemos la misma dignidad, la más grande que se puede tener: ser hijos de Dios y todos nosotros sentirnos responsables de todos y de todo: “Para defendernos de la famosa intemperie en el interior de las sociedades secularizadas… será necesario disponer de pequeñas comunidades cristianas en las que exista fe compartida y calor humano” que sirvan de contraste e interpelan con su vida. 
El Papa nos ha hecho una llamada seria a una vida solidaria y a un compartir fraterno, a la hora de apostar por la caridad en el Nuevo Milenio: “Es la hora de una nueva imaginación de la caridad, que promueva no tanto y no sólo la eficacia de las ayudas prestadas, sino la capacidad de hacerse cercanos y solidarios con quien sufre, para que el gesto de ayuda sea sentido no como limosna humillante, sino como un compartir fraterno” (NMI 50). 
El Dios en quien creemos es un Dios que ama a todos los hombres. Somos sus hijos, fruto de su amor. Pero a este Dios, que nos quiere a todos con locura, se le escapa el corazón hacia los más débiles, hacia las víctimas del desamor, hacia los pobres. No es un Dios parcial, un Dios daltónico. Su presencia en la historia no es pasiva. Dios ve y actúa en la vida. Oye y experimenta el clamor y la esclavitud de sus pobres y se sirve de Moisés para liberarlos: “El clamor de los hijos de Israel ha llegado hasta mí y he visto además la opresión con que los egipcios los tiranizan. Ahora, pues, ve; yo te envío al Faraón para que saques a mi pueblo, los hijos de Israel, de Egipto” (Ex 3, 9-1l). La causa de los pobres es causa de Dios, se identifica con su causa. La opción de Dios por los pobres, los oprimidos, los esclavos es una constante en toda la revelación. 
Jesús, el Hijo de Dios, que ha venido al mundo porque el Padre lo ama (Jn 3, 16), también opta por los pobres: “El Espíritu del Señor sobre mi porque me ha ungido y me ha enviado a anunciar la Buena Noticia a los pobres " (Lc 4, 18). Ha venido a inaugurar el Reino y este Reino está destinado prioritariamente para los pobres (Lc 6, 20). Él es el “buen samaritano que se solidariza con todos los tirados por esta sociedad en las cunetas de la vida, Él es el que se para, se acerca, y los cuida con sensibilidad, misericordia y compasión. Él no da rodeos ni pasa de largo como hacen hoy tantos sacerdotes o levitas insolidarios” (Lc 10, 29-38). 
Toda la vida de María es un continuo servicio pero hay, sobre todo, dos escenas muy significativas para la Espiritualidad de los miembros de la AMM en su compromiso de servir a los pobres: La Visitación y las Bodas en Caná. María se entera por el ángel que su prima Isabel está pasando por un trance difícil y necesita alguien con quien desahogarse y que le preste una ayuda. María se pone inmediatamente en camino. No piensa para nada en ella. Estaba embarazada de poco tiempo y el camino que tenía que recorrer era peligroso (Según los estudiosos es el mismo camino en el que Jesús cuenta la parábola del Buen Samaritano). Pero el que ama no piensa en lo que le puede suceder a él si atiende al necesitado sino en lo que le puede suceder al necesitado si él no lo atiende. Va a visitar a su parienta y está con ella unos tres meses (Lc 1, 39-46). En Caná la gente se divierte, come y bebe como en toda boda, sin pensar en los demás. Pero, allí, hay una mujer que entiende de amor y por eso vive pendiente de los demás, de lo que necesiten. Sin que nadie le diga nada, observa que está a punto de terminarse el vino. Los novios, sus familiares, van a quedar en ridículo y la alegría de la fiesta se va acabar. Se acerca a su Hijo, le expone la situación y, gracias a Ella, Jesús obra el primer milagro (Jn 2,1-13). 
También María, su Madre, se solidariza con los pobres y así lo canta en el Magníficat: “Derribó del trono a los poderosos y ensalzó a los humildes. A los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos" (Lc 1, 52-54). Juan Pablo II, en la Redemptoris Mater, afirma: “su amor por los pobres está inscrito admirablemente en el Magníficat”. Paul Claudel decía irónicamente: “El Magníficat hay que cantarlo en gregoriano y en latín para que no se entienda porque es demasiado revolucionario”. Y nuestro P. General, Robert P. Maloney, hablando en el Eco (Abril 2001, pág. 134) sobre la Espiritualidad del Magníficat escribe: “Una persona que vive la Espiritualidad del Magníficat canta con confianza el Amor preferencial de Dios por los pobres. Cree también que este Amor no es simplemente afectivo sino que actúa, interviene en la historia. Es un Amor que puede cambiar el mundo del revés. En un mundo donde hay muchas tinieblas, enfermedades, penas y muertes, cree que Dios puede aportar luz, salud, alegría y resurrección”. 
La AMM es una Asociación, además de eclesial y mariana, vicenciana. Los Vicentinos tenemos todos una misma misión: servir al pobre evangelizándole. Nuestra Espiritualidad tiene como fuente principal el misterio de la Encarnación. Juan Pablo II, con palabras muy similares a las de San Vicente en el siglo XVII, nos recuerda que “si verdaderamente hemos partido de la contemplación de Cristo, tenemos que saberlo descubrir, sobre todo en el rostro de aquellos con los que el mismo ha querido identificarse” (Mt 25, 35-36). No debe olvidarse, ciertamente, que nadie puede ser excluído de nuestro amor desde el momento que “con la Encarnación el Hijo de Dios se ha unido en cierto modo a cada hombre” (NMI 49). Los Estatutos de la AMM, al hablar del apostolado en el art. 16, nos dicen: “El servicio a los pobres debe ser preferencial en lo que somos y hacemos”. Pero el servicio vicenciano implica evangelización: “Evangelizar de palabra y con obras es una exigencia de nuestro carisma vicenciano”.  Y el modelo para vivir esta exigencia de nuestro carisma, como para los demás, es nuestra Madre, María Milagrosa: “A ejemplo de María, Nuestra Madre, la Sierva disponible, modelo perfecto de “amor a Dios” y de “amor a los hombres”. Terminaría este apartado recordando a los miembros de la AMM lo que el Papa pide a todos los cristianos al inicio del Nuevo Milenio: “Por eso tenemos que actuar de tal manera que los pobres, en cada comunidad cristiana, se sientan como “en su casa”. La caridad de las obras corrobora la caridad de las palabras (NMI 50).

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